Convocatoria 2012 a poetas y narradores

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viernes, 20 de marzo de 2009

El titular del Cemida analiza el rol militar en la historia reciente.

Por Camilo Cagni
Periodista

Horacio Ballester egresó del Colegio Militar en el año 1946. Fue compañero de promoción de ex militares como Leopoldo Galtieri y Luciano Menéndez, pero a diferencia de ellos él siempre estuvo convencido de que la democracia es el mejor sistema de gobierno. Considerado una rara avis en el universo militar, actualmente participa en los procesos judiciales contra sus camaradas de armas que participaron del genocidio, y preside el Centro de Militares para la Democracia Argentina (Cemida). En diálogo con Miradas al Sur, el coronel retirado analiza el rol de las Fuerzas Armadas en la Historia reciente y cómo construyeron su enemigo en la población civil durante los años ’70. Además analiza la influencia de los militares extranjeros y habla de su intuición sobre el horror que se venía.

–¿Qué formación tenían los hombres de las FF.AA. respecto a la denominada “lucha contra la subversión”?

–Fue un largo camino que se empezó a recorrer en el año 1942, cuando se organizó una reunión de cancilleres en Río de Janeiro con el fin de analizar la situación política y militar que atravesaba el mundo por aquellos años. Allí se resolvió crear una junta de especialistas navales y militares para estudiar la defensa del continente, que después pasaría a llamarse la Junta Interamericana de Defensa. Este organismo, que existe hasta el día de hoy, cumple con dos tareas: recomendar a sus miembros qué doctrina militar se debe aplicar en situación de conflicto, e identificar quien es el enemigo.

–Desde esos tiempos y hasta la década del ’70, ¿cómo fue cambiando la visualización del enemigo por parte del ejército argentino?

–En 1942 los enemigos eran los países miembros del eje: Italia, Alemania y Japón. Ya terminada la Segunda Guerra Mundial, allá por el año ’47, el enemigo pasó a ser la Unión Soviética. Justamente en ese año se firma el Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca, donde se establece el principio de que “un ataque de una nación extracontinental contra una continental es considerado como un ataque contra todas las naciones del mismo continente”. Es ahí cuando todos los países de Latinoamérica empiezan a estar más ligados con las acciones de ataque o de defensa que realiza el ejército estadounidense. Ya entrada la década del ’60, el enemigo deja de ser solamente externo para empezar a ser identificado fronteras adentro. Ahora el disidente pasa a ser la población civil misma, y se lo podía encontrar tanto en los sindicatos como en la universidad. De esta manera las FF. AA. fueron creando esta nueva hipótesis de conflicto llamando al opuesto como “infiltrado comunista” o “delincuente subversivo”.

–¿Qué rol jugaron militares extranjeros en el adoctrinamiento de sus pares argentinos?

–Su participación fue importantísima. Ya a fines de la década del ’50, cuando estaba arribando a la
Argentina
la llamada Doctrina de Seguridad Nacional, se incorpora dentro del Ejército otra doctrina complementaria, que sería la militar francesa de contrainsurgencia. Ya había sido utilizada por los militares franceses en Indochina –hoy Vietnam– y en Argelia. Es ahí donde empiezan a aparecer los penosos y aberrantes métodos que utilizaron las FF. AA. durante los ’70. Esto es: ejercitar el poder bajo un control total de la población, mediante la vigilancia y el terror. Lo que era específicamente el trabajo del torturador provenía de técnicas dictadas en la triste Escuela de las Américas, una institución pedagógica de la represión que estaba instalada en la zona del canal de Panamá. Allí se formaban los futuros mercenarios y dictadores del continente.

–¿Esa instrucción técnica contribuyó a la edificación de un proyecto de país?

–Sin duda. Existen dos tipos de proyecto, uno independiente y otro dependiente. Cuando hay un proyecto nacional independiente el enemigo va a estar afuera, porque el resto de los países son los que se van a oponer al proyecto nacional del propio país. Ahora, cuando el proyecto nacional es dependiente, las armas van a apuntar hacia el interior del país, porque este tiene que subordinarse y satisfacer las necesidades e intereses socio-económicos del imperio de turno.

–¿Era conciente de las prácticas ilegales que realizarían las FF. AA. contra la población civil?

–Estando dentro de las FF. AA. denuncié toda esta avanzada represiva que se estaba gestando en el mismo seno de la fuerza. Así fue como en 1971 me hicieron un Consejo de Guerra cuando me sublevé por estas cuestiones contra la dictadura del general Lanusse, y ahí me dieron tres meses de prisión y la baja inmediata del Ejército. Ya un tiempo antes del derrocamiento de Isabel Perón se veía venir un incremento en la represión, pero nunca pensé que se iba a llegar a semejantes extremos. Lamentablemente varios de esos militares que protagonizaron el golpe junto a Videla y compañía, habían sido grandes amigos míos en la juventud. Es increíble ver como estos individuos se convirtieron en semejantes monstruos. Yo creo que ni ellos se imaginaban lo bestiales que podían llegar a ser.

–¿Con cuáles de los militares condenados o acusados de cometer delitos de lesa humanidad tuvo trato en el Ejército?

–Con casi todos. Fui compañero de promoción de tipos como Leopordo Galtieri, Albano Harguindegui, Luciano Benjamín Menéndez, Santiago Riveros, entre otros.

–¿Usted participó en el juicio a las juntas?

–Sí, en los juicios a las juntas participamos el coronel García y yo, como testigos de la fiscalía; y ahora participamos nuevamente en los juicios de Neuquén, en Corrientes, el de la Esma, la masacre de Fátima y tenemos otros más por delante. Es necesario participar para que de una vez por todas haya justicia, y los asesinos paguen sus culpas.

-¿Cómo nace el Cemida?

-Cuando vuelve la democracia en 1983, las únicas voces castrenses que se escuchaban eran, desde luego, a favor del Proceso, tanto de militares en actividad como de retirados. Nosotros queríamos hablar pero no teníamos eco en ningún medio; éramos como invisibles. Nosotros queríamos hacer conocer a la opinión pública y en particular a los oficiales de las FF. AA, la existencia de un pensamiento militar genuinamente constitucionalista, el cual se oponía a toda manifestación castrense que exceda los límites de lo legal, lo moral y lo ético; según las más puras tradiciones sanmartinianas. Y con la certeza de que la democracia constituye el único medio para lograr la liberación argentina y latinoamericana. Entonces pensamos que si nos organizábamos tal vez nos iban a escuchar. Y, por cierto, no fue una equivocación: nos escucharon, al punto de que apenas se formó la agrupación nos pusieron una bomba que nos voló casi todo el edificio.
El Argentino.Com 08-03-2009

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